Abre los ojos
Despiertas pero no quieres abrir los ojos. Esas pocas horas en las que logras alejarte de todo son maravillosas. Ni siquiera el frío que hace crujir tus huesos, la garúa que acompaña la neblina, o algún perro que se acerque a olfatear te impiden disfrutar de no estar donde estás.
Sabes que hay luz porque más allá de tus ojos hay una tonalidad blanca propia del cielo de estos días, pero te niegas a abrirlos porque confías en que pronto volverás a caer en el sueño, en la abstracción.
El viento helado de la mañana se cuela entre tus piernas como si tuviera la única intención de traerte de vuelta al mundo real. Te resistes y extiendes tus manos para sobar tus pantorrillas. El calentarlas es tu intento para aún no abrir los ojos. Luchas para no hacerlo.
El silencio de la noche ya no está más, ha sido sustituido por pasos presurosos y motores bulliciosos que van de un lado para otro. Por un momento pides que desaparezcan y todo vuelva a ser como antes, cuando no interrumpían la calma de la noche. Luego, recuerdas las noches aún más lejanas, aquellas en las que el único sonido que interrumpía tu sueño era el de una aguja rayando un vinilo. Tiempos en los que el olor a basura no acompañaba la noche, sino ese dulce olor a vainilla que siempre tenía quien dormía a tu lado. Lo extrañas. Tal vez lo vuelvas a ver si duermes.
Los pasos más fuertes y constantes pausan tu recuerdo. Tu cama está cada vez más fría e incómoda como cada mañana. Tal vez sea mejor no recordar, "la pena mata" te dices, aunque eso sería mejor que abrir los ojos, piensas.
Ya está demasiado iluminado y no podrás resistirte más. Será mejor abrir los ojos porque es hora de pedir limosna para ver si desayunas hoy.
Por Cristhian Rojas S.